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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

domingo, 8 de febrero de 2015

Huevo de cuclillo


Un coche es una cosa con ruedas que sirve para ir de un sitio a otro, pero también es una cosa que sirve para volcar, o para protegerse de la lluvia, o para dormir, o incluso –y en algunos casos sobre todo- para refocilar; un coche es el templo clásico del magreo adolescente, y no tanto… O puede incluso ser algo que no sirva para nada. ¿De qué sirve, por ejemplo, un coche bajo tierra?, ¿de muro de Berlín para lombrices?

¿Qué es entonces un coche? ¿Se puede definir con objetividad independientemente del uso que se haga de él, o bien necesitamos contextualizar el concepto de coche para poder definirlo? Ya incluso antes de saber lo que es nos vemos enredados en la idea de cómo afrontar su definición. ¿Qué se puede por tanto esperar de la misma pregunta aplicada a un hombre? ¿En cuántas telas tenemos que enmarañarnos antes de poder encarar un tenue acercamiento a lo que es el hombre?

Supongo que si existiera un tercer ente capaz de afrontar este juicio y se viera libre del atributo de estar vivo -para así poder juzgar con equidad- aplicaría los mismos criterios a la hora de definir un coche que a la de definir un hombre. Imaginemos, pues, algo no vivo capaz de juzgar. En estas condiciones tan particulares de juzgado, se determinaría que un hombre puede ser tantas cosas como aquellas para las que sirve, al igual que el coche. La pregunta pasaría entonces a ser la siguiente: ¿Para qué sirve el hombre?

Una respuesta utilitarista sobre la naturaleza humana nos lleva directamente y sin remisión a un culo de saco. En primer y último lugar servimos para darle un aura metafísica a la existencia, o sea, para aplicar sobre la piel de todo lo que existe un injerto reflexivo. El hombre es un sembrador de porqués. Pero resulta que los porqués le importan muy poco a todo lo que existe que no sea humano, así que somos como un continuo regar de agua fresca un inacabable huerto de hormigón. ¿Qué esperamos que crezca de una semilla de nada en un campo de menos? 

Así pues, el hombre sirve para no servir de nada. Ya podemos, por tanto, dejar de pre-ocuparnos; eso tampoco sirve de gran cosa.

-Unas lecciones de metafísica- José Ortega y Gasset.

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