Y un buen día, cuando mi mente dormía, empecé a ver cómo aquellas bandadas de pájaros se me acercaban flotando como ligeras plumas, columpiándose delicadamente en el aire, acariciando el espacio que nos separaba hasta consumirlo y posarse en la rama más cercana. Pude apreciar entonces, con la claridad de lo inevitable, la simpática fisionomía del colibrí y su compulsivo aleteo, así como el delicado y amoroso trato que dispensaba a sus flores; la majestuosa pose del águila, su pico de pulchinela y su taimada mirada; la orgullosa disposición del pavo real, con sus seductores mensajes de belleza encriptados en su fascinante cola; la injusta mala fama del grandioso buitre y la hermosura que mora tras su formal fealdad; la longevidad del cóndor; la poderosa zancada de la timorata avestruz y hasta la ingenuidad de la gallina aselada. Todas se posaron y posaron para mí, y entre todas -volaran o no- me permitieron leer, sobre la tierra firme de mis peatonales entendederas, cuál era el texto que había escrito en las nubes y que hasta entonces sólo veía como manchas lejanas de vuelos ajenos. Se me asentaron dentro todos los pájaros del mundo exterior, y así, los que hasta entonces tenía en la cabeza emigraron resignados a un planeta sin cielo en el que ahora sólo aletean recuerdos vagos de una inmadurez que cada vez me va siendo más ajena a medida que se acerca mi vejez. La verdad, ahora lo sé, está escrita en las bandadas de pájaros que vuelan lejos dibujando un pez. Fíjate, ¿es que no lo ves?
- Mcleod Ganj (Himachal Pradesh) - India.
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