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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 22 de septiembre de 2015

Mis experimentos con la psique II. El detective.


No conozco a nadie que no se haya encontrado a ratos bien y a ratos mal. Sobre esto no hay debate. Lo interesante sería saber por qué ocurre. Y si bien es fácil determinarlo en algunos casos -ya sea para bien porque por ejemplo ha ocurrido algo que nos beneficia o que deseábamos, o para mal por todo lo contrario- también es verdad que hay ocasiones en que uno está especialmente bien o mal sin motivo aparente. ¿Por qué ocurre esto?

Por otra parte, cuando estamos bien no acostumbramos a preguntarnos por qué. La sensación positiva nos lleva y nos suele atraer más la idea de disfrutar el momento que de interpretarlo. Sin embargo, cuando nos sentimos mal tenemos la necesidad de saber por qué, y eso, al menos en un primer momento, nos suele dar consuelo. Un ejemplo muy sencillo sería el siguiente: Nadie se preocupa por estar cansado físicamente cuando acaba de hacer deporte, ni de no tener apetito cuando acaba de terminar de comer, porque las causas de su cansancio y de su inapetencia son evidentes, pero otra cosa sería no tener apetito o estar cansado sin motivo aparente. Eso sí sería preocupante. Cuando la situación no está tan clara como en estos ejemplos, automáticamente nos ponemos a buscar el motivo porque creemos que si entendemos por qué, entonces el malestar se atenuará o incluso desaparecerá.

Pero es muy habitual que conocer la causa no sea el final de los problemas sino que además sea el principio de otros, ya que es posible que al conocerla no veamos la forma de eliminarla o que con la causa identifiquemos también a los responsables de que exista. De esta forma puede que pasemos, además, a culpar -y hasta a odiar- a otros. Por ejemplo, si deducimos que hemos perdido el apetito porque tenemos estrés laboral, quizás esta deducción nos lleve también a concluir que los responsables en última instancia son algunos de nuestros compañeros de trabajo. Ellos son los culpables de nuestro malestar, así que ahora es probable que, además de no tener apetito, sintamos también aversión hacia esas personas. El conocimiento de la causa, por tanto, tampoco elimina el mal. A veces lo aumenta. 

Entonces resulta que el resumen de la situación es el siguiente: Si no sé, estoy mal por desconocimiento, y si sé puedo estar peor. ¿Qué hay que hacer entonces?

En mi caso particular, y me consta que no soy el único, he comprobado -para más desconcierto, si cabe- que en diferentes momentos de mi vida he experimentado estados de ánimo radicalmente diferentes ante circunstancias parecidas o idénticas. Por ejemplo, delante de una exquisita comida he estado muy bien y muy mal; consiguiendo algo que me había propuesto he estado muy bien y muy mal; y con la misma persona o personas he estado muy bien y muy mal. Esto me ha llevado a pensar que la causa última no es externa, es decir, de las circunstancias en las que me encuentro o las personas con las que estoy, sino interna, o lo que es lo mismo, de quién soy. Parece como que hubiera alguien dentro de mí mismo que se comportara de forma aparentemente aleatoria y que eligiera “sin mi permiso” estar bien o mal. Pero, ¿quién es ese que aun siendo yo me es ajeno?, ¿por qué decide por su cuenta?, ¿quién le controla?, ¿para quién trabaja?

Llegados a este punto se me ocurrió una idea para responder a estas preguntas y a las anteriores. Hice lo que creo habría hecho cualquiera con sentido común práctico: Contraté a un detective privado. Nunca mejor dicho eso de "privado", porque le contraté yo para que me investiguara a mí, y encima era yo mismo. Le pedí (me pedí) lo que se pediría a cualquier detective: que fuese observador y extremadamente discreto, que me siguiera en todo momento, y que me trajera pruebas de lo que veía, pero sin juzgarlas. De eso, en caso extremo, ya se encargaría el juez. Pero juez de momento no hay, porque ya seríamos demasiados aquí dentro, y eso complicaría las cosas más de lo que ya están. Hasta ahora somos yo mismo -aquel cuya identidad quiero descubrir-, el detective que acabo de contratar para que me ayude, y el que esto escribe. 

Antes de continuar, y como reflexión sobre todo lo dicho, me parece muy curioso que en toda mi vida -aun habiendo tenido la suerte de recibir una educación en la que no me han faltado los mejores recursos, al menos materiales- nunca he recibido ninguna formación, ni en su expresión más ínfima, sobre cómo afrontar de manera práctica estas dudas. Parece que en esto de estar bien o mal el único método de gestión que existe es la resignación o el aprendizaje autodidacta. Dada esta falta de entrenamiento, que creo es generalizada, es normal que casi todos tratemos nuestros malestares de una manera que suele basarse en patrones recibidos a través de la familia, la sociedad y la educación, y que que casi siempre dan por supuestas unas limitaciones propias que en realidad no existen. Aunque no se vea, el sol está siempre detrás de las nubes, y hasta las nubes que no nos dejan ver el sol pueden ser vistas precisamente porque el sol está detrás de ellas. 

Veamos, pues, cómo actúa y qué nos cuenta este Sherlock Holmes inventado de la psique y de qué manera nos puede ayudar a despejar todos los interrogantes planteados hasta ahora.

- Rishikesh (Tehri Garhwal) - India.

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