No conozco a nadie que no se haya
encontrado a ratos bien y a ratos mal. Sobre esto no hay debate. Lo
interesante sería saber por qué ocurre. Y si bien es fácil
determinarlo en algunos casos -ya sea para bien porque por ejemplo ha
ocurrido algo que nos beneficia o que deseábamos, o para mal por
todo lo contrario- también es verdad que hay ocasiones en que uno
está especialmente bien o mal sin motivo aparente. ¿Por qué ocurre
esto?
Por otra parte, cuando estamos bien no
acostumbramos a preguntarnos por qué. La sensación positiva nos
lleva y nos suele atraer más la idea de disfrutar el momento que de
interpretarlo. Sin embargo, cuando nos sentimos mal tenemos la
necesidad de saber por qué, y eso, al menos en un primer momento, nos suele dar consuelo. Un ejemplo muy sencillo sería el
siguiente: Nadie se preocupa por estar cansado físicamente cuando
acaba de hacer deporte, ni de no tener apetito cuando acaba de
terminar de comer, porque las causas de su cansancio y de su
inapetencia son evidentes, pero otra cosa sería no tener apetito o
estar cansado sin motivo aparente. Eso sí sería preocupante. Cuando la
situación no está tan clara como en estos ejemplos, automáticamente
nos ponemos a buscar el motivo porque creemos que si entendemos por qué, entonces el malestar se atenuará o incluso desaparecerá.
Pero es muy habitual que conocer la causa no sea el final de los problemas sino que además sea el
principio de otros, ya que es posible que al conocerla no veamos la
forma de eliminarla o que con la causa identifiquemos también a los responsables
de que exista. De esta forma puede que pasemos, además, a culpar -y hasta a odiar- a
otros. Por ejemplo, si deducimos que hemos perdido el apetito porque tenemos estrés laboral, quizás esta deducción nos lleve también a concluir que los responsables en última instancia son algunos de nuestros compañeros de trabajo. Ellos son los culpables de nuestro malestar, así que ahora es probable que, además de no tener apetito, sintamos también aversión hacia esas personas. El
conocimiento de la causa, por tanto, tampoco elimina el mal. A veces
lo aumenta.
Entonces resulta que el resumen de la situación es el siguiente: Si no sé, estoy mal por desconocimiento, y si sé puedo estar peor. ¿Qué hay que hacer entonces?
Entonces resulta que el resumen de la situación es el siguiente: Si no sé, estoy mal por desconocimiento, y si sé puedo estar peor. ¿Qué hay que hacer entonces?
En mi caso particular, y me consta que no soy el único, he comprobado
-para más desconcierto, si cabe- que en diferentes momentos de mi
vida he experimentado estados de ánimo radicalmente diferentes ante
circunstancias parecidas o idénticas. Por ejemplo, delante de una
exquisita comida he estado muy bien y muy mal; consiguiendo algo que
me había propuesto he estado muy bien y muy mal; y con la misma
persona o personas he estado muy bien y muy mal. Esto me ha llevado a
pensar que la causa última no es externa, es decir, de las
circunstancias en las que me encuentro o las personas con las que
estoy, sino interna, o lo que es lo mismo, de quién soy. Parece como
que hubiera alguien dentro de mí mismo que se comportara de forma
aparentemente aleatoria y que eligiera “sin mi permiso” estar
bien o mal. Pero, ¿quién es ese que aun siendo yo me es ajeno?, ¿por qué decide por su cuenta?, ¿quién le controla?, ¿para quién trabaja?
Llegados a este punto se me ocurrió una idea para responder a
estas preguntas y a las anteriores. Hice lo que creo habría hecho cualquiera con sentido común práctico: Contraté a un detective
privado. Nunca mejor dicho eso de "privado", porque le contraté yo para
que me investiguara a mí, y encima era yo mismo. Le pedí (me pedí) lo que se pediría a cualquier detective: que fuese observador y extremadamente discreto, que me siguiera en todo momento, y
que me trajera pruebas de lo que veía, pero sin juzgarlas. De eso, en
caso extremo, ya se encargaría el juez. Pero juez de momento no hay, porque ya seríamos demasiados aquí
dentro, y eso complicaría las cosas más de lo que ya están. Hasta
ahora somos yo mismo -aquel cuya identidad quiero descubrir-,
el detective que acabo de contratar para que me ayude, y el que esto
escribe.
Antes de continuar, y como reflexión sobre todo lo dicho, me parece muy curioso que en toda mi vida
-aun habiendo tenido la suerte de recibir una educación en la que no
me han faltado los mejores recursos, al menos materiales- nunca he recibido ninguna
formación, ni en su expresión más ínfima, sobre cómo afrontar de
manera práctica estas dudas. Parece que en esto de estar bien o mal el
único método de gestión que existe es la resignación o el
aprendizaje autodidacta. Dada esta falta de
entrenamiento, que creo es generalizada, es normal que casi todos tratemos nuestros malestares de una manera que suele basarse en patrones recibidos a través de la familia, la sociedad y la educación, y que que casi siempre dan por supuestas unas limitaciones propias que en realidad no existen. Aunque no se vea, el sol está siempre detrás de las nubes, y hasta las nubes que no nos dejan ver el sol pueden ser vistas precisamente porque el sol está detrás de ellas.
Veamos, pues, cómo actúa y qué nos cuenta este Sherlock Holmes inventado de la psique y de qué manera nos puede ayudar a despejar todos los interrogantes planteados hasta ahora.
- Rishikesh (Tehri Garhwal) - India.
Veamos, pues, cómo actúa y qué nos cuenta este Sherlock Holmes inventado de la psique y de qué manera nos puede ayudar a despejar todos los interrogantes planteados hasta ahora.
- Rishikesh (Tehri Garhwal) - India.
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