Pasa porque todavía no se ha podido encarcelar al que inventó
la tontería de la media naranja. Aquel poeta, quizás con la mejor intención,
concibió la más envenenada e inconveniente de las metáforas, y con ella condujo
al amor a un callejón cuya única salida es el dolor.
Es imposible no sentir incompletitud creyéndose la mitad de
algo, y es por tanto imposible no buscar la parte que falta porque la parcialidad
es un estado claramente inestable, como lo es una bola encima de otra bola, o
un impetuoso torrente de agua al borde de un barranco, o un niño en lo alto de un
tobogán. Si uno se convence de que tiene una carencia, se convence automáticamente
de que tiene que satisfacer esa carencia y emprende entonces una búsqueda,
consciente o inconscientemente, para completarse. La pareja es la solución, la otra
persona es la pieza que falta, ella (o él) es lo que necesito.
De esta manera tan habitual y aparentemente inofensiva,
sembramos la semilla de la necesidad en lo que damos en llamar amor, pero la
necesidad es la lanzadera preferida de las exigencias, así que de nuestro
apasionado paroxismo inicial no es raro que germine un árbol maldito que tienda
sus ramas para ahogarnos al final.
Contractualizamos verbal o documentalmente nuestras
carencias, exigimos fidelidad eterna a un proyecto egoísta y encomendamos
nuestra estabilidad a una hoja que cae en un tornado, como si el Amor conociera
el tiempo, pensara en algo que no sea Todo y pudiera meterse en una cajita
construída con claúsulas.
Pero llegarán las lluvias del otoño y nuestro precioso corazón
de acuarela sentirá cada gota como una puñalada, y se disolverá, y dejará de
fondo un lienzo impuro de insatisfacción con un autor, un culpable, un odiado:
el amado.
Si atisbas necesidad en ti, no estás preparado para amar. Sólo
serás capaz de crear polaridades de amor-odio a las que incluso puede que te
vuelvas adicto, ya que en ellas, aunque dolientes, encontrarás lo que crees es
tu identidad. El ego adora los contrastes, los quebrados y las quejas.
Sin embargo, el Amor, el de la “A” mayúscula, no tiene antónimos ni nace de la
necesidad, no juega con la posesión, no es un parche para tapar miedos, no conoce el resentimiento, los celos, las exigencias,
la manipulación, la acusación, el juicio, las críticas, la ira, la venganza ni la
dependencia. El Amor de verdad es el olor de una flor de azahar, y de eso, poeta asesino, no hay doble ni mitad.
Estoy de acuerdo con el mensaje, pero lo que más me ha gustado es la forma tan bonita de contarlo.
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