Hace ya casi tres años que comencé
esta aventura dentro de la aventura, es decir, este cambio en mi vida
dentro de la propia vida, que me llevó a dejar mi país, vender mi
casa, renunciar a mis talentos laborales tal y como hasta entonces
estaban entendidos, y salir al mundo -el que hasta ese momento me era
desconocido- a buscar lo que en su momento di en llamar “lo
esencial”. Los motivos de aquel cambio aún me son desconocidos, y
aunque creo que he podido identificar algunos, estoy seguro de que
otros no se me han hecho patentes. Mirando hacia atrás, me parece
como si algo externo a mí -quizás las circunstancias, quizás el
azar, quizás algo que pudiera parecerse a una fuerza- hubiera tomado
más decisiones por mí que yo mismo. Quiero decir que me da la
sensación de que hubiera sido conducido, pero no sólo durante esta
última etapa que comento ahora, sino en realidad durante toda mi
vida. No tengo muy claro si soy protagonista o figurante, pero en
cualquier caso desconocerlo no me impide a estas alturas del cuento
poder echar un vistazo atrás para hacer un inventario, por así
llamarlo, de los descubrimientos que hasta el momento presente creo
haber hecho sobre eso que mentaba antes, “lo esencial”.
Recuerdo
que en la terraza de un restaurante de Linares al que antaño solía ir a comer hay un árbol que para mí tiene algo
muy especial. Está muy lejos de mostrar la belleza de los baobabs que
he visto en Tanzania o la magia de los banianos que fecundan algunas
partes de la India. En realidad, si lo que se considera es su tronco, sus hojas, su anchura o su altura se trata de un árbol muy vulgar. Lo que para mí le hace especial es su historia. Resulta que en su camino ascendente había un balconcito que le impedía continuar verticalmente, así que cuando llegó a esa altura se curvó noventa grados con
el fin de sortear la superficie del balconcito, creció en horizontal durante unos años y a continuación continuó su camino
hacia arriba. Esto dio lugar a un tronco sorprendentemente
contorsionado que, como digo, me llamó mucho la atención. No me consta que los árboles tengan cerebro, así que lo que éste hizo para realizar tan inteligente maniobra no fue analizar la situación, sopesar pros y contras, urdir un plan de acción y ejecutarlo, porque todo eso entrañaría la necesidad de pensar, y por tanto de un cerebro. Creo que lo que hizo fue simplemente escuchar el dictado de la Naturaleza. Siendo esto así, yo me pregunto: Si está claro que hay una inteligencia -que en este caso he considerado llamar Naturaleza- que habla con los árboles, ¿por qué tendría que pensar que no habla conmigo, si también soy parte de Ella? Y llegados a este punto me pregunto además: Si está igualmente claro que para escuchar a la Naturaleza no hace falta pensar, ¿podría ser también cierto que pensar demasiado impidiera escucharla bien?
La RAE define el término resiliencia como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. ¿Alguien podría explicarme por qué aquel árbol no queda incluido en esta definición, siendo como es un ejemplo soberbio de resiliencia?
En mi caso, fuese una fuerza, fuese yo mismo de verdad, o fuesen las circunstancias, lo que tengo bastante claro es que mi cambio no fue un giro consecuencia de la valentía que algunos me atribuyen cuando se refieren a mi historia. Quizás lo dicen por aquello de irme a vivir a África o a Asia dejando la supuesta comodidad de Europa, pero yo no veo valentía por ningún lado. Fue claramente algo que me tenía que pasar, una vivencia o un cambio que inevitablemente tenía que ocurrir y que yo ejecuté con los mismos recursos que el arbolico, es decir, escuchando y dejándome llevar.
La RAE define el término resiliencia como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. ¿Alguien podría explicarme por qué aquel árbol no queda incluido en esta definición, siendo como es un ejemplo soberbio de resiliencia?
En mi caso, fuese una fuerza, fuese yo mismo de verdad, o fuesen las circunstancias, lo que tengo bastante claro es que mi cambio no fue un giro consecuencia de la valentía que algunos me atribuyen cuando se refieren a mi historia. Quizás lo dicen por aquello de irme a vivir a África o a Asia dejando la supuesta comodidad de Europa, pero yo no veo valentía por ningún lado. Fue claramente algo que me tenía que pasar, una vivencia o un cambio que inevitablemente tenía que ocurrir y que yo ejecuté con los mismos recursos que el arbolico, es decir, escuchando y dejándome llevar.
El cuento que estaba escrito para
mí no era el que estaba protagonizando, y la vida me lo dio a
entender hartándome de casi todo. Pero no fue un hartazgo al uso, es
decir, no fue un callejón sin salida que condujera a la nada, sino
una mezcla de pérdida de ganas de vivir -literalmente- con una
sobredosis de ganas de volver a nacer -también literalmente-. Y más
o menos algo así me pasó, que me morí y que nací al mismo tiempo.
En realidad, no recuerdo antes en toda mi vida haber tenido tantas
ganas de descubrir y de investigar como entonces. Lo que ocurre, como
casi todo en este mundo, es que las muchas ganas de
una cosa casi siempre entrañan las poquísimas de otra.
Lo más significativo para mí después de aquella decisión es que he mantenido un
comportamiento que durante mi día a día ha estado caracterizado por
una inusitada atención en mí mismo: En lo que pienso, lo que digo,
lo que hago, cuándo lo pienso, lo digo o lo hago, cuáles son los
patrones que se repiten, cuáles son o podrían ser las causas -superficiales o
profundas- de todo esto, etc., y he aplicado este análisis a mi
historia pasada y a lo que vivo en cada momento, en puro
presente. El porqué de esta actitud tampoco me queda claro, pero creo que se vuelve a parecer a la historia del árbol que hacía gimnasia entre las ventanas: Alguien le dictó a él que tenía que crecer de aquella extraña manera y algo me susurró a mí que convenía que investigara con quién dormía cuando dormía solo.
De este trabajo de introspección analítica que he
realizado, que dista mucho de ser pretencioso, pues no persigue una
exaltación de mí mismo, sino un descubrimiento, creo tener ya un
bagaje lo suficientemente significativo como para poder contarlo, y
siguiendo la noble máxima de compartir, me dispongo a hacerlo con
esta serie de capítulos que tengo previsto escribir y que intercalaré con los artículos habituales que hasta
ahora he venido subiendo al blog. No creo que me sea posible expresar
todo esto si no es en primera persona, y a su vez no creo que sea
posible utilizar la primera persona sin causar en algún momento la
sensación de presunción, orgullo o ego reivindicativo por mi parte.
Declaro, pues, desde ahora, que mi intención es puramente
descriptiva y que no pretendo en ningún modo resaltar mis méritos, apenar con mis fracasos, ni poner en modo alguno en valor mi
propia persona, entre otras cosas porque, como se irá viendo a
medida que esto se lea, determinar exactamente quién es uno mismo es
una ardua y para mí aún inacabada tarea, así que difícilmente
podría presumir de mí mismo cuando ni siquiera sé quién soy.
Releyendo lo que he venido escribiendo durante estos años, he notado que en los artículos se reflejan -a modo de espejo literario- cambios que se han producido en mí mismo.
Puedo advertir en los textos las diferentes ideas, emociones y creencias que me he ido
encontrando en cada período, y en ese cambio veo el mío, y en ello
identifico, por tanto, mi propia evolución. Por razones que
se harán obvias a lo largo de su lectura, el título que he elegido para este proyecto ha sido “Mis experimentos con la psique”. Es fácil intuir que la
idea ha sido tan sencilla como tomarme a mí mismo como cobaya y,
como decía antes, observarme. Los métodos y conclusiones de esta empresa personal constituyen precisamente el temario de lo que quiero contar.
No es mi propósito seguir un orden que tenga que ver con el tiempo o
con cuándo viví lo que viví, así que haré referencia aleatoriamente a episodios
de mi vida que lo mismo tendrán que ver con mi infancia, mi
adolescencia, con mi pasado reciente o con mi más rabioso ahora. Las
claves que he descubierto me permiten leer mi pasado con una
clarividencia que hasta ahora no tenía, y por eso evocarlo me parece
provechoso, aunque ya digo que no será de una manera ordenada
cronológicamente. No creo, sin embargo, que esto merezca llamarse biografía, entre otras cosas porque aún estoy vivo y por tanto la biografía de verdad no la escribo escribiendo sino viviendo. En todo
caso, podría hablarse de “autopsicografía”, y tanto el momento
en el que haya descubierto una cosa u otra de las que hable, como la importancia que se le
quiera conceder son tan relativos como el tiempo mismo. Aunque no
tengo un objetivo marcado sobre el efecto que esta documentación
provoque en los demás -precisamente porque eso de marcarme objetivos
y apegar mi emotividad a su consecución es algo de lo que ya me he
quitado- sí celebraría que a alguien le ayudara a entender mejor
quién es y cómo gestionarse para ser feliz, que al fin y al cabo es
en lo que consiste el juego.
- Rishikesh (Tehri Garhwal) - India.
- Rishikesh (Tehri Garhwal) - India.
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