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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 3 de abril de 2013

Me he enamorado... de una lavadora




Desde que dejé las ociosas plumas, en parte porque se las llevó el viento, y en parte porque decidí correr detrás de él, mantengo un idilio nocturno con una lavadora. Se llama “Capacity” -pues eso reza en su leyenda- y se apellida “Acomodaticia” -pues así interpreto yo la fuerza que en mí ha desarrollado-

Discutimos poco, y nos besamos más, a veces con la nariz, como los esquimales, que en más de una lid onírica he acabado girándome y hocicando contra su puerta. Pero también discutimos, claro que lo hacemos, y con las mismas consecuencias que los amantes de verdad, la de perder el sueño en primer lugar. Se ve que de tanto centrifugar yo mis ideas en su presencia decidió ella un día no hacerlo con mi ropa, y así, a modo de venganza por invadir sus funciones guardó para mí tras su puerta una buena azumbre de agua sucia que por no dejarla sola, e insistir en saber porqué se había enfadado, derramó sobre mi colchón aguando así mi colada y mi sueño de esa noche. Quedé con el somier, es decir, con el suelo, pero eso no arruinó nuestra relación sino todo lo contrario.

Me di cuenta de que la quería cuando, ya pasada la borrasca, tuve oportunidad de dejarla y no lo hice. El huésped de esta venta, a quien por cierto nada pago -pues de sobra es sabido que los caballeros andantes jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra-, el huésped, digo, se ausentó unos días y dejó a mi disposición una cama de verdad, y pudiendo cambiar cama por camastro no lo hice, lo cual me dejó bien a las claras que prefería las duras peñas acompañado de lo que en ese momento me daba fuerza, la acomodaticia de mi Capacity, que las blandas y cómodas plumas que otrora menguaron mi alma con una suma Incapacity.

Ella me recuerda cada noche con amor, para que nunca más vuelva a engañarme, que

mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama las duras peñas,
mi dormir siempre velar…

¡Como para no quererla!

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