No puedo evitar ver metáforas en
las figuras geométricas. Un punto, por ejemplo, es el origen y el final; una
línea es la vida, el discurrir de algo; un triángulo es la relación con los
demás; un cuadrado es un espacio para jugar, vivir o estar encerrado; una estrella son dos cuadrados superpuestos… y así juntando puntos, líneas y
polígonos contamos una vida.
Pero hay una figura extraña,
señera, observadora y observada que está por encima de todas las demás. Se
presenta clara y diáfana, tangible incluso, pero con aura divina. De hecho no
nos es accesible, pues hacen falta infinitos lados para componerla. Y sin
embargo ahí está, dejándonos ver claramente la infinitud de su origen y
haciendo visualmente posible lo imposible. Equidistando todo su ser. Una
especie de soplido de perfección que no necesita un ejercicio de cogitación
excesiva. Sólo hace falta mirarla. Parece que ahí estuviera encerrado todo el
misterio de lo ignoto, y quizás así sea, pero resulta que tiene llave y no se
deja abrir. Esconde una razón de infinitos decimales y se deja manejar pero no
desnudar.
Billones de decimales se
han llegado a desvelar de pi, pero no hay manera de terminar de bajarle las
bragas a la circunferencia. Cuanto más se desnuda su razón, menos satisfechos
quedamos y más lujuriosos de conocimiento estamos. Ni con los ordenadores
cuánticos podremos violarla, quizás porque la belleza no es conquistable sino
sencillamente admirable.
Quizás porque si supiéramos qué
es exactamente una circunferencia podríamos definir también con exactitud qué
es el bien, qué es el amor y qué estamos haciendo aquí. Y eso, amigo
cuadrilátero, no está a nuestro alcance.
No se si me he enamorado de la Circunferencia o del circulo. Brillante!
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