Como tengo la suerte de bregarme
en mi día a día con gente más joven que yo, a veces con la mitad de mis años,
puedo casi siempre, de manera natural, adoptar el papel de abuelo sabihondo
porque tengo la sensación –o más bien la confirmación real- de haber pasado
hace tiempo por donde ellos pasan ahora. Muchos de estas personas jóvenes han
terminado sus estudios universitarios y están ahora trabajando, o haciendo prácticas,
o buscando trabajo, o continúan formándose haciendo algún máster. Me emociona
ver las ganas de saber que tienen muchos jóvenes, lo mucho que ya saben y la
capacidad tan extraordinaria de aprendizaje y compartición del conocimiento de
que hacen gala. El sentimiento que tengo es bastante paternalista, y quizás no tengo derecho a él, pero me es
grato como pocas cosas.
Sin embargo, al respecto de este
último asunto de los másters, reconozco que lo tengo un poco atravesado en mi
entendimiento por varias razones que intentaré explicar a continuación. Algunas
quizás son rancias y otras más frescas. Algunas quizás son razones y otras sinrazones
o complejos personales, pero poco importa. El caso es que forman parte de lo que
conforma mi opinión, a saber:
Para empezar, me llama la
atención el término máster. Me parece un poco pretencioso porque literalmente da
a entender que cuando uno termina se ha erigido nada menos que en maestro de
algo. No creo que la maestría sea algo que se pueda transmitir así, sin más, y todos sabemos que hay gente que por mucho máster que haga nunca
podrá ser maestro de nada. La maestría entendida propiamente está muy lejos de ser una apetencia, es un don que requiere trabajo, un David de Miguel Ángel encerrado en una piedra, un
camino por recorrer para llegar a manejar una dádiva interna que unos poseen y
otros no. El término, pues, atenta, contra una nobilísima y desgraciadamente
mal repartida realidad, la de que no cualquiera puede ser maestro, cosa sublime y en nada emparentada
con la titulitis mercantilizable. ¿O es que resulta ahora
que los talentos nacen sólo con el deseo de que nazcan? O lo que sería aún más sorprendente, ¿es que se pueden comprar?
Conozco, además, como
contraejemplo, gente que ha hecho másters que comete faltas de ortografía
vomitivas y que dice tonterías engoladas de vocabulario impostado y ridículo
que empobrecen hasta rozar la vergüenza ajena su supuesta maestría. Y me consta también que hay algunos que
hacen másters de esos no para aprender sino para decir que los han hecho. A
veces, sin ánimo de ser puntilloso ni de empezar ninguna batalla dialéctica,
sino por el deportivo arte de debatir, me ha dado por preguntar cosas tan, en
mi opinión naturales como, ¿y qué aprendiste en ese máster?, y la respuestas
que me he llevado han sido del estilo: “Poca cosa, era para que me cogieran en
no sé qué trabajo”. “No me acuerdo”, es otra muy manida, o “nada”, a secas, lo
cual me deja, y quizás sea porque estoy ya un poco mayor, flipado.
A veces, para ensalzar el mérito
de la realización de alguno de uno de estos másters, aparece otra idea que me
chirría aún más, y es que cuando el curso de maestría en cuestión es de postín no es raro que un día vaya un tal señor "X", que por lo visto sale en la tele y ha escrito no sé
cuántos libros, y dé una (repito: una y sólo una) charla. ¡Vaya!, pienso, ¡qué suerte!, pero sigo
pensando y pregunto: ¡Bueno!, ¿y qué os enseñó ese prócer a los alumnos del
máster en esa charla? Y la respuesta en ocasiones ha sido: “No me acuerdo, pero fue muy interesante, es un tío muy majo”.
Y hasta aquí hay ironía pero creo
que ni siquiera hay caso. Lo jodido es cuando pregunto cuándo vale un máster de
maestro de maestrías de estos que por lo visto hay que hacer para que te miren
menos de arriba abajo y para que te puedan perdonar la vida dándote un trabajo
de becario cafetero en alguna empresa de eruditos inventados. Cuando me dicen
estos chavales jóvenes lo que valen estos putos másters para forrar libretas y
escucho que unos seis mil euros me cuesta contenerme. Me llevan los demonios y
me enfado. No sé muy bien por qué ni contra qué, pero me enfado. Me pongo malo pensando
en la cantidad de cosas útiles culturalmente que se pueden hacer con ese dinero
en lugar del dichoso máster. Así, sin hacer cálculos complicados, poniendo un
precio de seis euros por libro -que es una exageración, porque los hay mucho
más baratos- se podrían comprar un millar de libros. ¡Cómprate mil libros,
enciérrate en tu casa y sal cuando los hayas leído todos! -afirmo- y te aseguro que cuando salgas tendrás la clarividente sensación de entender verdaderamente
lo que es un maestro, aunque no lo llegues a ser. O cómprate un libro sobre
África y vete un mes a África a contrastar lo que has leído, otro sobre el Polo
Norte, y vete al Polo Norte a ver una aurora boreal, y luego otro sobre China y
ve a China a ver si es verdad que allí hablan chino. Y¡ojo!, que esto que digo
no es ninguna utopía porque estamos hablando de seis mil euros, y con eso se
puede dar la vuelta al mundo y volver a la mitad del camino por si se te habían olvidado los donuts. ¡Madre mía, qué forma de timar a la gente con el
saber! Ya no nos queda nada por violar.
Y algo más, y no es poca cosa
esta última porque me tiene también muy mosca. No he conocido a nadie que me
diga algo parecido a esto: “Voy a ver si soy capaz de hacer este máster”. Lo
que siempre oigo es: “Voy a hacer este máster”. Al principio pensé que todo el que hacía un máster tenía una
poderosísima confianza en sí mismo y por tanto iba convencido de que lo iba a
lograr, y hasta me pareció interesante la idea del exceso de confianza en uno
mismo aunque a veces provoque resaca, pero lo acepté como elemento
automotivador Y así me lo estuve creyendo hasta que me di cuenta de que hacer un máster es como comprarse
un coche: si tienes el dinero no tienes por qué decir que vas a intentar
comprártelo, simplemente te lo compras y es tuyo. ¡Aúpa, maestro!
Yo, que no soy maestro de nada
pero que he estado en la guerra, que he tenido que comer tierra para
sobrevivir, que he gastado mi cargador contra el enemigo hasta quedar exhausto,
que he recibido balazos en los genitales, que he matado gente a bayonetazos y
que he tirado hasta piedras para asaltar fortalezas impenetrables del saber sin
saber si iba a sobrevivir o no, resulta que me veo charloteando –sin máster, y
por tanto sin licencia- sobre batallitas de paintball en las que lo peor que te
puede pasar es que te manches el pantaloncito de pinturita.
Queridos amantes del saber,
amigos víctimas, estudiantes con ganas, gente honrada: los organizadores de
estas milongas son unos timadores, la sociedad imbécil, los conferenciantes de
cartón-piedra, el conocimiento de vitola y el saber que os venden de plástico. ¡Rebelaos, documentaos sobre lo que queréis saber y falsificad los títulos! Dejaos de heteronomía en el aprendizaje y formaos vosotros mismos. Sólo así podrá alumbrar la maestría por los balcones de vuestro oriente cognitivo.
PS: Dedicado a todos los
estudiantes que tienen que pagar esas cifras pornográficas simplemente para
poder decir “aquí estoy yo”, en esta sociedad enferma de ignorancia que
mercantiliza el “saber” abusivamente.
Tienes que hacer un anexo para los que cuestan mas de 40.000-50.000 EUR.
ResponderEliminarQue gusto leer tanta logica!!!