Necesito y me gusta comunicarme, y me encanta ser humano
porque puedo entender y utilizar un sistema lingüístico complejo que me permite
expresar, con más o menos precisión, lo que pienso y siento. Hay infinidad de
lenguas entre los humanos, y resulta por tanto imposible para uno solo dominarlas
todas con un mínimo de fluidez, pero eso no hace sino estimular mis ganas de
conocer, porque sabiendo que nunca llegaré a saberlas todas, tengo la certeza
de que siempre tendré algo que aprender.
Me desazona mucho comprobar que hoy en día se utilicen las
lenguas para separar, cuando en realidad todas están concebidas para unir, para
comunicar, para poner en común. En mi opinión, intentar hablar la lengua de un
lugar es la mejor manera de decirle a ese lugar que estás interesado en él y
agradecido de su acogida. Además, este aprendizaje es grato en muchos sentidos,
y es que en una mente sana pocas cosas hay con las que se sea tan automáticamente
indulgente como con los errores de alguien que quiere hablar una lengua para él
desconocida. Conseguir comunicarse con cierta fluidez en una lengua no materna
produce una satisfacción personal y un agradecimiento ajeno difíciles de
comparar con cualquier otro tipo de aprendizaje.
No voy a decir que sea una falta de respeto no intentar
hablar la lengua local de cualquier lugar que visitamos, pero podría decirlo. Lo
que sí está claro, es que hacerlo es una muestra sobresaliente de deferencia hacia nuestros anfitriones.
Con estas necesidades, gustos y consideraciones me muevo en
lo que a aprender nuevas formas de comunicación respecta, y por eso el suajili
supuso desde el principio un maravilloso estímulo intelectual con el que me
volqué para poder decirle con fluidez a los tanzanos que me alegraba de estar
con ellos.
Supongo que otras personas no tienen mi opinión ni mis
querencias, y quizás sólo ven en los idiomas un inconveniente comunicativo y
no una oportunidad de crecer, o quizás es que sencillamente a otros no les
gusta, o les cansa, o lo interpretan de manera puramente funcional y sólo están
interesados en aprender lo que les puede reportar un beneficio laboral. "Es
mejor aprender alemán, por ejemplo, que suajili, porque con el alemán puedes
conseguir un trabajo nuevo o promocionarte en el que ya tienes", he escuchado más de una vez. Si pensamos sólo en esos términos, podríamos llegar a decir que saber latín o griego clásico no vale para nada porque ya no lo
habla nadie (no me voy a entretener aquí en desmentir tamaña gilipollez).
Para mí hablar un idioma nuevo es una aventura que empieza
con el intelecto y que termina con el corazón. Pensando como pienso, y actuando
de esta manera, pude despedirme de los niños del colegio dando un discursillo en
su idioma -sin necesidad de que me tradujeran, como es habitual con el resto de
voluntarios que terminan su colaboración con el proyecto-, y haciendo esto
transformé mis horas de estudio, mi permanente curiosidad, y hasta diría que mís maniáticas ganas de aprender en un aplauso que aún hace eco en mi alma. Me
fui de allí diciendo que les quería, y se lo dije en el idioma que habla su corazón,
no en cualquiera de los que su cerebro puede llegar a entender. Resumo y traduzco a continuación lo
esencial de mi despedida:
Watoto, katika wakati hiki pamoja na ninyi kila siku nimefundisha
na nimejifunza. Nimefundisha lugha ya kiingereza, hisabati na kuandika na kusoma
kiswahili, na nimejifunza kwamba ninapenda lugha yako, mazingira asili ya
Tanzania, na watu hawa.
Sasa, ninaweza kusema nchi yangu Tanzania, nchi yangu
jivunia.
Kwa kifupi nitaenda Hispania, lakini moyo wangu na roho
yangu watabaki hapa.
Kwa hiyo, nina uhakika nitarudi, kwa sababu ninafurahi na kuna mambo mengi ya kufanya.
Asante, watoto. Nakupenda!
Chicos, durante mi estancia aquí con vosotros cada día he
enseñado y he aprendido. He enseñado inglés, matemáticas y a leer y escribir en
suajili, y he aprendido que me gusta vuestra lengua, la naturaleza de Tanzania
y sus gentes. Ahora puedo decir que Tanzania es mi país y que estoy orgulloso
de ello.
Dentro de poco partiré a España, pero mi corazón y mi alma
quedarán aquí, así que estoy seguro de que volveré, porque soy feliz con
vosotros y porque hay mucho por hacer.
Gracias, chicos. ¡Os quiero!
La emoción que siguió a estas palabras es difícil de sentir, más
de contar, e imposible de traducir y de olvidar. No hay código lingüístico con el que la pueda expresar.