En cada momento de nuestra vida se nos
ofrece un menú interminable de cosas que podemos hacer y pensar. Cada instante
es un regalo con infinitas opciones entre las que tenemos que elegir. Es libre
qué elegir, pero es forzoso elegir. Digamos que es obligatorio abrir el regalo,
pero depende de nosotros lo que el regalo sea. La otra característica del juego es que de entre de las infinitas alternativas que tenemos en cada momento, sólo una acaba haciéndose realidad, así
que vivir es algo así como petrificar en una sola –la elegida- las incontables posibilidades que cada segundo encierra, colapsar en cada instante la infinitud en unidad, convertir continuamente la
potencialidad en estatua de sal.
Alguien se está entreteniendo en abrir y cerrar sin parar las puertas de nuestra estancia como si nosotros mismos fuéramos el gato de Schrödinger. Nuestra vida responde a una incomprensible superposición de contrarios -estar vivos y muertos al mismo tiempo-, y en cada fracción temporal el colapso consiste en estar solamente vivos.
Alguien se está entreteniendo en abrir y cerrar sin parar las puertas de nuestra estancia como si nosotros mismos fuéramos el gato de Schrödinger. Nuestra vida responde a una incomprensible superposición de contrarios -estar vivos y muertos al mismo tiempo-, y en cada fracción temporal el colapso consiste en estar solamente vivos.
La existencia es, por tanto, una simplificación, una
solución de compromiso universal, una especie de continua caída de la bolita en
un número cualquiera –sólo uno- de la ruleta de la superposición de
posibilidades. Pero, ¿qué hay del resto de números?, ¿adónde van a parar el
resto de alternativas que no se llegan a consumar?, ¿dónde quedan esas babas de
caracol, rastro de nuestras no elegidas existencias?
Es siempre más lo que dejamos de hacer
que lo que hacemos, y nuestro pasado descartado es por tanto más ancho que
nuestro presente elegido, como la humareda que deja tras de sí un coche que circula
veloz por un camino arenoso: su trayectoria es fina como la distancia entre sus
ruedas, pero el polvo que levanta se extiende mucho más allá de sus propias
dimensiones.
Parece como que fuéramos un círculo que
quiere convertirse en punto mientras se hace preguntas propias de una esfera creciente,
parece como que existir fuera un continuo confinarse hacia algo, como caer por
un embudo hasta terminar en la boca del mismo, pasando por un conducto fino que
nos devolviera a alguna parte, pero, ¿a dónde?, ¿a otro embudo, quizás?
¿Adónde lleva este trasvase, Dios embudador?, ¿por qué nos condenaste a ser tan simples en las respuestas y nos diste el pesado don de las grandes preguntas?, ¿por qué nos fuerzas a ser algo que siendo es cada vez menos de lo que podría haber sido?, ¿por qué el universo está en expansión pero nuestra existencia es una contracción?, ¿por qué escribes "L-I-B-E-R-T-A-D" con eslabones y no con explicaciones?
¿Adónde lleva este trasvase, Dios embudador?, ¿por qué nos condenaste a ser tan simples en las respuestas y nos diste el pesado don de las grandes preguntas?, ¿por qué nos fuerzas a ser algo que siendo es cada vez menos de lo que podría haber sido?, ¿por qué el universo está en expansión pero nuestra existencia es una contracción?, ¿por qué escribes "L-I-B-E-R-T-A-D" con eslabones y no con explicaciones?
No hay comentarios:
Publicar un comentario