Imaginemos una pequeña cantidad de cloruro sódico (ClNa),
es decir, imaginemos varios átomos de cloro (Cl-) asociándose con otros tantos
de sodio (Na+) a través de enlaces iónicos para formar sencillas estructuras cúbicas
cristalinas. Imaginemos, pues, un granito de sal. Abunda en la naturaleza, no
es difícil de encontrar, es, podría decirse, una cosa cualquiera. Ahora, para
jugar, cubramos ese granito de sal con una pregunta que esté lejos
de ser cualquier cosa, a ver qué pasa. Por ejemplo esta: ¿Es ese grano eterno?
Dejar de ser está en la naturaleza de todo lo que es, así que entiendo que ese grano de sal, como tal, no va a existir eternamente, pero no encuentro
explicación que me convenza para no creer que ese cristalito de sal estará siempre, de una manera o de otra, presente en el universo, por muy grande que éste sea y por muy pequeño que aquel fuese. La existencia es
un cuerpo de bronce vestido de papel de fumar bajo una tormenta. En realidad no es
posible dejar de existir, sólo es posible transformarse. ¿Acaso los protones y
electrones que forman cada uno de los átomos de cloro y sodio pueden despedirse
de la existencia como quien se va de una fiesta a la francesa? ¿Acaso tienen opción? Se pueden separar, convertirse en luz, recrear una sinapsis, formar sosa, acampar en un plátano, recombinarse de millones de maneras, disolverse, descomponerse…
pero nunca dejar de existir.
¿Qué es de un grano de sal que se disuelve en agua? Es
cierto que no hay grano tras la disolución, es cierto que las moléculas de agua
han separado los átomos de cloro de los de sodio, es verdad que no hay estructura
cristalina que forme el cubito de sal, pero ahora el agua está salada. ¿Qué es
mejor, ser cristal de sal o salar el agua?
Sinceramente, creo que no importa. La ética no se puede
aplicar a la transcendencia, las cosas simplemente son y dejan de ser como son,
pero nunca dejan de ser, porque donde hay agua y hay sal habrá agua salada, y donde
hay agua salada hay salina que dará sal. La muerte y la reencarnación no son
conceptos que se puedan coger con las burdas manoplas de la intelectualidad, hay
que asirlos con las finas pinzas de la emotividad.
A mí, que soy cristalico de sal, la verdad es me da igual ser
como soy que dejar de serlo o serlo sólo hasta la mitad porque sé que me voy a
disolver en la eternidad, voy a salinizar un poco más el mar y luego voy a volver, como vuelven las
lluvias, para dar sabor a algún manjar. ¿Miedo? ¿A qué? No da lugar.
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