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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

lunes, 4 de mayo de 2015

Condenado a latir


Es imposible no cansarse de algo que es eterno, y por la misma razón es imposible no acostumbrarse. Yo creo que a Sísifo –el que empuja la piedra hasta lo alto de la colina y cuando está a punto de llegar vuelve a caer-, a Salmoneo –al que devoran las llamas sin terminar de consumirlo-, a Ticio –quien yace con las extremidades atadas y estiradas mientras los buitres le comen el hígado-, a Ixión –que gira en una rueda sin descanso-, a las cuarenta y nueve hijas de Dánao –que vierten agua en unas tinajas que no se llenan nunca-, a Oncos –que trenza una cuerda que se come un burro-, a Atlas –quien nos sostiene el planeta en brazos-, a Prometeo –quien, al igual que Ticio, también da a la fuerza su hígado de comer a los buitres-, y a Tántalo –al que no explicaron que en vez de intentar coger las uvas podría haber hecho como la zorra del cuento, o sea, decir que estaban verdes y pasar de ellas-, a todos ellos, digo, creo que sus torturas a estas alturas les dan la risa. 

Eternamente condenados, dice la mitología. ¡Bah!, eternidad con caducidad, como la del amor ¡Qué exagerados somos los humanos! Al Sol -que es una miserable estrella de pueblo que no sabe ni hacer superonovas- llamamos Dios, y a lo que dura más de lo que nos apetece consideramos eterno. 

Para castigos el de mi corazón, que lleva ya más latidos que habitantes tiene la India, él solito, y sin salirse del guión, sin exabruptos: pum, pum y pum, y así hasta mil trescientos millones de veces, sin protestar, sin pararse y sin darse importancia. 

¿Qué habrán hecho sus células para ser así condenadas?, ¿qué proyecto secreto esconde mi corazón que a su lado Sísifo, Salmoneo, Ticio, Ixión, las hijas de Dánao, Oncos, Atlas, Prometeo y Tántalo diríase que están en un resort de vacaciones?, ¿por qué ese empeño en latir para que yo piense? Apasionante pregunta de calibre mitológico para inventarse una vida: menos mal que su condena no es eterna, pero mi paciencia sí. 

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