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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

sábado, 16 de mayo de 2015

Dedo y nada más


Si los dedos de mis manos pudieran pensar, se pasarían toda su vida haciendo lo que hacen ahora, pero además preguntándose por qué. Cogerían, soltarían, acariciarían, contundirían, señalarían, darían el alto y pedirían paso, todo como hasta ahora, pero con la condena de la interrogación en sus acciones.

Probablemente lo primero que se preguntarían sería cómo es Dios, y también probablemente llegarían a la conclusión de que Dios tendría forma de mano, y que el universo es una obra de artesanía de unas manos eternas que tienen infinitos dedos y que son al mismo tiempo puño y palma abierta.

Adorarían al número diez, y considerarían que el sistema métrico decimal es el que rige el funcionamiento del cosmos. No tardarían en plantearse dudas sobre si coger una cosa es bueno o malo, o si soltar otra debe hacerse en un momento o en otro, y se observarían reglas de comportamiento sobre el coger y el dejar de coger, el soltar y el cómo, el acariciar y a qué y cuándo, y el estrecharse y de qué manera. Crearían una religión hecha a mano, redactarían decenas de mandamientos e impondrían leyes de pulgar elevado. Se clasificarían a sí mismos por castas y condenarían al meñique a la más paria de las consideraciones digitales, mientras el pulgar -el rey de lo prensil- se envanecería sobre todos los demás creyéndose señalado por el índice divino. 

Cada dedo se sentiría plenipotenciario, una entidad independiente en sí que no necesita de los demás. Algunos empezarían a preocuparse de tener una uña decente en vez de colaborar en las tareas manuales, y otros –convencidos- afirmarían que las manos no existen. ¿Adónde va un dedo cuando muere? –se preguntarían-. ¿Por qué este yugo para mí? –se quejaría el anular-. ¿Por qué tengo yo que juzgarlo todo? –se lamentaría el índice. 

Y así confundidos, pensando por sí mismos, olvidarían su esencial naturaleza: que forman parte de un todo, que son el extremo de una extremidad, que su pensamiento no es la globalidad, y que lo que ellos llaman libertad no es más que la ejecución inconsciente de una necesidad que transciende su entendible verdad. ¡Humano, deja ya de delirar, eres dedo y nada más!

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