Se me ha enfadado. Desde que no le hablo ni le escucho, está
muy refunfuñón. Me manda mensajes a menudo diciéndome que le necesito, pero
yo sé que eso no es verdad, así que no le hago caso y ni siquiera me tomo
la molestia de contestarle. Me dice -y lo sé porque me grita, no porque le
escuche- que sin él yo no soy nada, y que no entiende por qué le ignoro de esa
manera.
La verdad es que siempre nos habíamos llevado bien. Yo
llegaba a acuerdos con él, y aunque luego él hacía lo que le daba la gana y se
justificaba con excusas muy poco elaboradas como “yo soy así”, “ya me conoces”,
“eso no es cosa mía, yo ya estoy en otro sitio”, siempre fui muy
condescendiente con los feos que me hizo y se lo toleré todo. Y así fue hasta hace poco,
que me cansé y decidí no dirigirle la palabra y negarle el pensamiento.
Al principio me sentí un poco raro e inseguro porque sin él parecía que
se acababa el mundo y que el tiempo desaparecía, pero poco a poco fui dándome
cuenta de que lo que parecía una renuncia a algo necesario era en realidad la aceptación de una infinita potencialidad. El paisaje de mi vida empezó a cambiar y a despejarse
de manera que donde antes había austeros, impersonales y herméticos edificios de hormigón aparecieron coquetas, fresquitas y ventiladas cabañas hechas de paja, donde había techos opacos empezaron a verse rutilantes estrellas, y por donde antes la niebla cegaba comenzaron a colarse refulgentes rayos de sol
que entraban como cariñosas puñaladas en el horizonte de mis posibilidades.
Para no tener remordimientos y poder olvidarle por completo, decidí incluso cambiarle el nombre. Así, cuando me atacara el recuerdo de haber convivido con él, mi memoria se confundiría y acabaría por sepultarle entre falseadas evocaciones.
Está enfadado, sí, y quiere recuperarme, pero tengo claro que no voy a volver a tolerar su maltrato. Ahora él patalea, y de vez en cuando hace amenazantes pintadas en la puerta de mi casa escribiendo fechas, porque piensa que de esa manera me puede intimidar, pero yo sé que he
conseguido sacarle de mi vida, y desde que le ignoro soy mucho más feliz porque mi presente no se pudre con sus miedos. Sí, lo he decidido: ya no me hablo con el futuro, ese maltratador de presentes. A partir de ahora será simplemente algo por venir.
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