Uno de los sketches que más gracia me hace de Monty Python es
el de “El ministerio de los Andares Tontos” (“The Ministry of Silly Walks”). En
él aparece John Clees haciendo el papel de funcionario de un ministerio que se
dedica a subvencionar andares gilipollescos. Quizás sea el ministerio más
absurdo que se pueda imaginar, pero quizás también el más gracioso y en cierto
modo el más inofensivo.
Hay, sin embargo, otros menos inocuos, como
por ejemplo el Ministerio de La
Verdad , en el que trabaja Wiston Smith, personaje de la
novela “1.984” ,
de George Orwell. Es un ministerio dedicado a crear una verdad al gusto, según
la ley del encaje, manipulando, eliminando e inventando información. Wiston
Smith se dedica en su trabajo a hacer con la verdad lo mismo que habría
hecho Victor Frankenstein si en vez de por la química se hubiera apasionado
por la historia. La historia, pues, es susceptible de ser manipulada, recreada,
reinterpretada, torcida, recortada, adaptada, escamoteada, olvidada, impuesta,
falseada y hasta violada. Todo menos objetivada.
Para andarse con menos epítetos, cada uno cuenta el cuento
según le va en ello, o según quiere que le vaya en ello, o según su Ministerio de la Verdad. Mentimos en nuestro
currículo, ocultamos nuestras miserias, magnificamos nuestros logros... Mentimos personalente, estafamos grupalmente. Hay un
refrán en francés que reza así: “A bon mentir qui vient de loin” (“Tiene buen
mentir quien viene de lejos”), y nadie viene de más lejos que quien viene del pasado, y además viene necesariamente montado en un recuerdo, esa copia de una copia de una verdad sin compulsar. El viajero del tiempo procede del más allá, y aunque la historia se escriba en presente, se escribe siempre en pasado. ¿Cómo se ordena una cosa que ya no existe?
La interpretación -que por definición es subjetiva-, los complejos, el estado de ánimo, la comida del día anterior, la resaca vital, el origen de nuestro sueldo, la falta de vocabulario de ideas, las amputaciones el lenguaje, los crímenes del pensamiento y eso que llamamos realidad, que no es más que un colapso sucesivo de estados cuánticos, hacen que no sólo no sea posible escribir la historia, sino que la historia en sí no exista. Lo que entendemos por historia –sea cual fuere su versión- son las babas de un remordimiento con sonrisa forzada. Ni siquiera es un montón de versiones particulares, es una cuchara hablando de sabores, un pintor dentro de un átomo, un borratajo infantiloide de un olor, una patética imposibilidad dando conferencias sobre el poder.
La interpretación -que por definición es subjetiva-, los complejos, el estado de ánimo, la comida del día anterior, la resaca vital, el origen de nuestro sueldo, la falta de vocabulario de ideas, las amputaciones el lenguaje, los crímenes del pensamiento y eso que llamamos realidad, que no es más que un colapso sucesivo de estados cuánticos, hacen que no sólo no sea posible escribir la historia, sino que la historia en sí no exista. Lo que entendemos por historia –sea cual fuere su versión- son las babas de un remordimiento con sonrisa forzada. Ni siquiera es un montón de versiones particulares, es una cuchara hablando de sabores, un pintor dentro de un átomo, un borratajo infantiloide de un olor, una patética imposibilidad dando conferencias sobre el poder.
La historia: metafísica con fechas, batalla de soplidos, estornudo indiagnosticable, dictado del Ministerio... ¿de qué Verdad?
1 de mayo de 2015
1 de mayo de 2015
Como me agrada leerte primo, magnifica reflexión y muy bella. -Es la belleza hermana de la verdad y cada cual acarrea la suya.-
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