Si nos encontráramos con alguien que encarnara toda la Verdad y estuviera dispuesto
a contarla, la cosa sería más difícil de lo que parece, y no precisamente
porque nos fuera a dar miedo saberla, que también, sino porque probablemente la Verdad no hable nuestro
idioma. Lo verdaderamente difícil sería hacerle hablar y, en el caso de que
hablara, que entendiéramos sus respuestas.
Podríamos preguntar:
¿Hay vida después de la muerte? Pero quizás la Verdad no podría responder, porque puede que la vida y la muerte sean la misma cosa, como lo son el río, el
mar y la lluvia, así que las hipótesis que encierra la pregunta sobre que son cosas diferentes y que una precede la otra serían erróneas, por lo que la cuestión estaría mal formulada y por tanto no daría lugar a ninguna respuesta. Así pues, si la Verdad viniera para responder
y no para corregir, ante esa pregunta callaría. Quizás...
¿Qué es la felicidad y cómo puedo conseguirla? -querríamos todos saber-. Y puede que nos encontráramos con el mismo silencio, porque cabe la posibilidad de que la felicidad sea el propio silencio y la forma de conseguirla la quietud. Sólo quizás, pero... ¿y si así fuera?, ¿qué
habría de decir la Verdad sino nada, precisamente nada, para responder adecuada y elocuentemente a esa
pregunta?
¿Qué puedo hacer, qué debo hacer y qué me cabe esperar? -preguntaría Kant-, y con él todo la humana intelectualidad, es decir, ¿hasta dónde
puedo llegar, qué ética debo seguir y qué hay después de este terreno caminar? Y la Verdad - silente y elocuente una vez más- callaría... para que pudiéramos escuchar al
río hablar y al pájaro cantar, y para que admiráramos con los ojos del alma a la preciosa aurora por
los balcones de oriente asomar.
La
Verdad , amigo buscador, es muda, y el arroyuelo, que sabe lo
que ella piensa, no grita, sino que murmura.
1 de junio de 2015
1 de junio de 2015
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