Y el hombre tonto se enfadó con la lluvia, aborreció la
tormenta, escupió con repugnancia en el río, insultó paisajes, pateó al viento
y lamentó amargamente los atardeceres tempraneros y los amaneceres tardíos. El
hombre tonto se quejó de lo que era tal como era, y en su ignorancia pensó que
su rabia arrasaría las nubes, aniquilaría a Eolo, congelaría a Poseidón y apagaría
a Helios. Pero en su rabia encontró sólo su sombra, la que proyectaba su dolor,
y tanto disfrutó sufriendo que llegó a temer perder su dolor porque creyó que
con su pérdida se perdería a sí mismo.
El hombre sabio aceptó las tormentas y la sequía, las crecidas de los ríos y sus secados, los bosques y los páramos, la felicidad y su hermana, y los puso a todos sobre una línea que se cerraba sobre sí misma en la que cada cosa le pasaba el testigo a su contrario en un ciclo infinito de veces que rodaba armónicamente como la piedra de Sísifo.
El hombre sabio aceptó las tormentas y la sequía, las crecidas de los ríos y sus secados, los bosques y los páramos, la felicidad y su hermana, y los puso a todos sobre una línea que se cerraba sobre sí misma en la que cada cosa le pasaba el testigo a su contrario en un ciclo infinito de veces que rodaba armónicamente como la piedra de Sísifo.
El hombre tonto se quejó, fabricó tiempo para envejecerse y convirtió su alma en un lamento.
El hombre sabio aceptó los ciclos y se hizo eterno. La lluvia le limpió, la tormenta le avisó, el río le susurró secretos, el paisaje le sonrió, el viento le acarició y el sol danzó a su antojo.
El hombre tonto gritó ¡ego! y se anuló.
El hombre sabio calló y se afirmó.
19 de agosto de 2015
El hombre sabio aceptó los ciclos y se hizo eterno. La lluvia le limpió, la tormenta le avisó, el río le susurró secretos, el paisaje le sonrió, el viento le acarició y el sol danzó a su antojo.
El hombre tonto gritó ¡ego! y se anuló.
El hombre sabio calló y se afirmó.
19 de agosto de 2015