De un tiempo acá, como consecuencia de mis arrastradas
inquietudes, de mis apasionadas lecturas y del mucho tiempo que dedico a darle
vueltas y volteretas a esto del vivir y todo lo contrario, creo haberme
convencido –es decir, que siento que estoy a punto de convencerme- sin la
susceptibilidad del que necesita algo, sino libremente, de que esto que
llamamos vida no es sino un estado pasajero que sí transciende a otro estado
cuando nos morimos y que, aunque evidentemente ese nuevo estatus no es
comparable al que tenemos mientras vivimos, ser es.
Para llegar a esta conclusión no hace falta pensar
demasiado. De hecho, pensar es un retardante. Se llega antes si no se piensa
nada porque hay en el mercadillo de lo ignoto mucho sabihondo, y en esto de las
explicaciones trascendentales sobre la vida y su amiga inseparable el mercado
está colmado de explicaciones precocinadas que alimentan satisfactoriamente y con rapidez a
los que no son muy exigentes con su dieta intelectual. Estas revelaciones se
sirven con digestivos de inteligibilidad de manera que cualquiera, aficionado a
pensar o no, pueda creer sin necesidad de entender ni preguntarse nada. Pero no
es lo mismo llegar a la cumbre de una montaña en helicóptero que después de una
abnegada escalada.
A mí en este sentido la comida precocinada me sienta mal. Mi
cerebro se atraganta y mi mente vomita, pero por fin he conseguido aderezar mis
preguntas para preparar un bálsamo potable que le aproveche a mi intimidad.
Siento la religión como algo perteneciente a una zona reservada dentro de mí,
como una introspección que apunta hacia dentro para irradiar hacia fuera, como
una sumisión a todo en general y a nadie en concreto. Y siento claramente su
lógica como siento y entiendo que la gravedad es un abrazo de la materia o que
un imán es una piedra que besa.
No sé qué parte de mí han tocado las lecturas, mis
experiencias o mis pensamientos, mis virtudes o mis carencias, mis satisfacciones o mis necesidades, pero con alguna
tecla clarividente me he debido tropezar en mis paseos de ciego dentro de mí
mismo ya que de repente, como un San Pablo que se cae sus galopantes ideas,
creo que creo.
Y repito y subrayo que sin necesidad, condicionante ni
emotividad exacerbada, porque hasta ahora no he perdido a un ser querido ni me
ha sobrevenido ninguna desgracia arrolladora que me haya hecho flaquear para
venderme barato. No me mueve ninguna necesidad inmediata e innegociable de
creer en algo. Ha sido el propio entendimiento el que ha tocado hueso, como
Truman en su Show cuando llegó al final del decorado de su falseada vida y
entendió entonces que sin duda había algo más allá. Es apasionante, por fin, llegar al principio.
No temo a lo necesario, y pienso que morirse –el gran punto
de inflexión de nuestra existencia del que nacen todas las religiones- es en realidad
un regalo para viajar por el universo -por los prados de lo no pensable- para luego
volver, como vuelve la nieve a la montaña, vestida de hermosos fractales que
nadie sabe dónde ni cómo ha podido tejer. De alguna manera se me ha cerrado la herida de la
existencia, y aunque sigo teniendo dudas, y afortunadamente cada vez más, ahora
tengo también claro que esto es parte de un bucle que se cierra, y que al
cerrarse recomienza. Lo sé porque mis ideas han criado piel y ahora pueden tocar lo que no ven.
Por fin disfruto de depender activamente de algo superior,
de formar parte de un todo en el que poder guardar mi heroísmo y mis miserias,
de rezar admirando y de ofrecer pensando y actuando. Por fin creo que creo. Eso
sí, es para consumo propio, no vendo. Hay cosas que tiene que hacer uno mismo y que nadie puede hacer en nuestro lugar, entre otras esta de creer, excelsa y elevada, y esa otra... por todos conocida y necesitada pero menos sublime y más acuclillada.
¡Estar de paso!, me gusta usar esta expresión a menudo, incluso le saco alguna sonrisa cuando se la espeto a algunos que casi me doblan la edad, unida a un :"Bien hecho".
ResponderEliminarCreo que ni a tí ni a mí, nos hace falta montarnos en un avión a punto de estrellar y por pericia del piloto al final nos salvamos. Sabemos que estamos de paso, y que nos gusta ser, sintiendolo en acto (como diría nuestro ex-vecino Jose Mota).
Nunca tengo vino bueno en casa, cuando me compro o me regalan una buena, siempre encuentro el hueco -cual electrón- para compartirla con mi amada.
Estamos de paso, sí lo estamos. No paremos de decir a los que te rodean, todo lo que los queremoss, o lo que nos impide quererlos más...