"Ausencia de necesidad de obrar". Quizás sea la definición más
austera de libertad. Diría incluso que la más escuálida. Si en vez de definición
habláramos de identificación, podría decirse que con esa definición tenemos una
libertad que sale fea en la foto de su DNI, como pasiva o somnolienta. Se presta, sin duda, a más bellas empresas -literarias, políticas y filosóficas- pero si de definirla se trata, hay que tener en
cuenta que un concepto así es imposible de atrapar con palabras. Si se describiera con las matemáticas sería una serie divergente, y si fuera
simplemente un número sería al mismo tiempo el cero y el infinito, una superposición de ambos: cero
exigencias, infinitas posibilidades.
Intentar definirla directamente es, por
tanto, una temeridad intelectual, así que creo que para saber algo más sobre su naturaleza
hay que discurrir un poco sobre cómo afrontar su análisis. Más que intentar atrapar su esencial composición
sin atajos, podemos intentar acercarnos a ella dando un rodeo: observando sus efectos
Cuando escuchamos que se ha descubierto un agujero negro en
el espacio no quiere decir que se haya visto directamente ese agujero. Lo que
se ha visto son los efectos gravitarorios que provoca sobre lo que tiene cerca,
por ejemplo que los astros describan a su alrededor órbitas extrañas, o que la luz se curve en sus proximidades. Se
sabe que está ahí por las consecuencias de su presencia, no porque se vea
directamente. Otro ejemplo, quizás más sencillo, es el siguiente: si
uno quiere saber si una zona es buena para pescar, no mira
al agua para ver si hay peces, sino al cielo para ver si hay pájaros.
Con la libertad pasa algo parecido: no se sabe con precisión lo que es ni
se puede definir con exactitud, como los agujeros negros, pero se puede saber si está o no analizando los efectos que
provoca a su alrededor. Se comprueba, por ejemplo, que el miedo se acurruca acobardado en las esquinas cuando la libertad está cerca, que el hombre que la posee crece por segundos a
los ojos de quien le mira -como ocurre con las pirámides de Egipto o con los
metros de caída de las cataratas Victoria de Zambia-, que la ignorancia en su
presencia no provoca inseguridad sino curiosidad y señala la senda del aprendizaje -y por tanto del saber- como un perro cazador marca la presa, que las marionetas se menean sin hilos y son ellas las que mueven manos, que los noes se pasean en
viceversa -como insinuando que en cualquier momento pueden dejar de serlo- y que los síes guiñan impúdicamente medio desnudos, rendidos de antemano a nuestro deseo, esperando a que les invitemos a
algo. La libertad, esa que está libre hasta de sinónimos, no entiende de sí
misma, y sólo se expresa con síntomas y por reseñas: razón en portería, el corazón del hombre libre.
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