El Bhagavad Gita es una obra de setecientos versos
originalmente escrita en sánscrito que se estima fue compuesta hace unos tres
mil quinientos años. Es uno de los documentos escritos más antiguos que se
conoce –al lado del cual la
Biblia podría ser considerado casi como un e-book– y forma
parte de una obra mayor, el Mahabharata, una epopeya alegórica de la civilización aria,
que ocupó la India hace unos cuatro mil años.
Se trata de uno de los clásicos religiosos más importantes
de la historia. Ghandi decía de él que era su diccionario ético al que recurría para solazarse y también para guiarse cuando tenía dudas y dificultades. Yo acabo de descubrirlo y de leerlo, así que
por una parte siento la vergüenza torera del ignorante que aprende tarde, pero
que al menos aprende, y la menos torera de constatar que haber tenido una
asignatura que se llama religión durante varios años me sirvió para santiguarme
correctamente. Amén.
Sin embargo, la lectura del Guita me ha reconciliado con el
concepto de religión que tan podrido tenía dentro de mí mismo desde la primera
vez que tuve complejo de culpabilidad por comerme un delicioso y melifluo postre recién
hecho que encontré posado encima de la mesa de mi cuerpo. Esa reconciliación me
ha servido, por ejemplo, para sentirme muy atraído por leer la
Biblia con la serenidad del que ya apostató y con la madurez del que se acerca de nuevo a ella sin sentirse juzgado. Ahora puedo disfrutar con imparcialidad de los maravillosos mensajes que encierran los
libros sagrados.
Dadas las fechas de su composición, no sería de extrañar que
las corrientes éticas que se desarrollaron a continuación en la historia de la
humanidad tuvieran en el Guita una ubre de la que mamaran ideas sobre la
naturaleza humana y el sentido de la vida, y podría ser que de ahí derivaran las coincidencias tan
llamativas en se aprecian en el núcleo de todas las religiones, aunque por otra parte pienso que cuando se
trata de asuntos de este calibre es de esperar que las conclusiones a las
que se llegue sean siempre parecidas, aunque las sociedades que las provengan estén muy distantes
física y culturalmente. Digamos que todos nos perdemos en el mismo sitio. Encontrar, lo que se dice encontrar, sólo
encontramos a otros que también se han perdido.
Por el mismo azar ordenado que rige el vuelo de los pájaros
en bandada, he leído simultáneamente el Bhagavad Guita y Letters from a Stoic, de
Séneca, y debo confesar que, de no ser porque el primero era en verso y el
segundo en prosa, en más de una ocasión habría tenido dificultades para distinguir cuándo leía uno y cuándo otro:
- “¡Séneca copió!” -he exclamado varias veces-.
- “¿Pagará la ética derechos de autor?” -me he preguntado otras tantas-.
- “¡Séneca copió!” -he exclamado varias veces-.
- “¿Pagará la ética derechos de autor?” -me he preguntado otras tantas-.
La acción altruista desinteresada, el desapego de todo lo sensible que alimenta el ego, la no-violencia (el arma de construcción masiva más poderosa de todo
el universo), el amor a todos -incluso y principalmente a los enemigos- y la idea de unidad, es decir, la evidencia de que en cada hombre
están todos los hombres y que se puede ver a los demás en uno mismo y a uno
mismo en los demás, son ideales comunes de purificación y engrandecimiento que constituyen el tapizado ideológico con el que se forran todos los libros sagrados y los grandes tratados de ética.
Es asombroso que habiendo coincidencias tan poderosas en todas
las religiones hayamos sido a lo largo de nuestra triste y repetitiva historia
capaces de utilizar las insignificantes diferencias para destrozarnos y despreciarnos tan sanguinaria
y despiadadamente. Está claro que hay una neurona oscura que nos guía hacia el
desencuentro y que es capaz de hacernos pensar que una sencilla línea recta es un inextricable laberinto.
De la eterna batalla entre el bien y el mal que se libra dentro de cada uno de nosotros trata el Gita, y a nuestro papel en ella se refiere Krishna -avatar divino- cuando se dirige al guerrero Arjuna diciéndole: "Tómalas como una sola cosa: la victoria y la derrota, la alegría y la tristeza, la ganancia y la pérdida. No te preocupes por ellas. No te rindas a la flaqueza. Sé activo y dinámico y no busques recompensa alguna. ¡Pelea!"
De la eterna batalla entre el bien y el mal que se libra dentro de cada uno de nosotros trata el Gita, y a nuestro papel en ella se refiere Krishna -avatar divino- cuando se dirige al guerrero Arjuna diciéndole: "Tómalas como una sola cosa: la victoria y la derrota, la alegría y la tristeza, la ganancia y la pérdida. No te preocupes por ellas. No te rindas a la flaqueza. Sé activo y dinámico y no busques recompensa alguna. ¡Pelea!"
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