A pocos se les escapa que la materia está formada por átomos y que los átomos constan de un núcleo central con electrones girando en torno a
él. No es que esto sea exactamente de esta manera, tal y como lo
sugieren las palabras; sólo significa que un modelo así descrito y avalado por
las matemáticas nos sirve para entender cómo se comporta la materia en determinadas situaciones. La esencial realidad, lo que de verdad es la cosa es en sí -el
noúmeno- nos es indigerible; diría que no podemos ni siquiera hincarle el
diente.
Algo perfectamente definido tampoco es lo que la definición
dice de ello. Una definición sólo nos señala hacia dónde hay que mirar para ver
algo, pero no es lo que vemos cuando miramos hacia donde nos indica. Parece una
esquizofrenia conceptual, pero en el fondo es fácil de entender: una definición
no es lo que describe; es sólo una descripción de lo que define. Yo creo que
está bien claro, ¿no?
Hecha esta salvedad sobre hasta dónde podemos llegar –lo
cual vendría a presuponer que el partido del saber está perdido antes de
empezar- resulta sin embargo entretenido jugar a comprobar cómo incluso en las
afueras del entendimiento, en las favelas del conocer, en la chabola de nuestra
menguada capacidad, se apunta una dirección hacia la que mirar para disfrutar de una apasionante fiesta de ideas en torno al alma de la verdad primera de todo lo
pensable, y en concreto de la materia.
El cuento de la materia, por supuesto, no termina con el
núcleo y los electrones –más bien es ahí donde empieza- porque el núcleo consta
de protones y neutrones, y éstos están formados a su vez por otras partículas
llamadas quarks. También están apuntados a este festín los los leptones, gluones,
fermiones, bossones, hadrones, mesones, bariones, y hasta los antiquarks. Se
distinguen unos de otros por su vestimenta, tamaño, capacidad de relacionarse
con los demás, por cómo bailan y cantan, qué beben, y hasta por sus ganas de hacer o
deshacer cosas, o sea, por su energía y de qué manera la utilizan, con quién la
comparten y en qué la transforman. El bacanal cuántico -pues ese apellido toma
la fiesta cuando se trata de lo más íntimo del mundo físico- es una epilepsia
constante que se mofa de nuestra concepción habitual de las cosas. Izquierda y derecha,
arriba y abajo, y hasta estar y no estar son deícticos que quedan desintegrados,
de manera que las cosas no están o dejan de estar, sino que pueden estar y
no estar al mismo tiempo, y hasta estar en varios lugares a la vez, así que lo
más atinado que podemos llegar a saber sobre qué está pasando en la materia es
una función de probabilidad, nunca de certeza.
De hecho, si preguntamos al señor electrón qué tal lo está pasando en la fiesta, sabremos que nos escucha pero no nos responderá; y si le preguntamos dónde
está, nos desvelará el lugar pero cuando lleguemos él se habrá ido ya. El sardónico electrón se comunica con nosotros a través del principio de incertidumbre, como
queriendo bromear con nuestra colapsada inteligencia, tomándonos el pelo, vacilándonos como lo haría un
listo faltón con un tontito curioso.
A la vista de estas imposibilidades cognitivas, la reflexión filosóficamente más provechosa radica no en que no haya orden ni concierto o en que la fiesta
sea puro disturbio, sino en que la concertación que la rige es un dictado que no está al alcance de nuestras entendederas porque es el mismísimo demiurgo quien habla. Él organiza la
orgía, paga las copas, pone la casa y trae a las putas. La fiesta empezó antes de que existiera el tiempo y se celebra justo en
la curva de la línea de la vida de la mano de Dios, ese que no juega a los dados... ¿o sí juega?
En los tuétanos de la materia pasa algo ininteligible que controla y explica todo lo
que existe. Las cosas son como son, o como nos gusta que sean -entendibles- sólo vistas desde
fuera, es decir, desde la miseria de nuestra barraca de periferia, en nuestro
mundo de burda lógica de lo visible donde izquierda es eso que hay al otro lado de la mano
con la que nos santiguamos y donde arriba es el lugar hacia el que podemos
saltar, pero hay en la realidad que nos compone y rodea -señor macroscópico
sabelanada- una boda gitana cuántica microscópica de infinitas
dimensiones a la que sólo se puede acceder degollando neuronas y con carné de
magnicida de prejuicios. Si eres capaz de entrar empezarás a conocer la verdad desconociéndola
y pagarás con una resaca sempiterna que dejará tu lógica babeando en un sofá
haciéndoselo todo encima. ¿Osas?
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