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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

jueves, 26 de marzo de 2015

Identidad: cualidad de idéntico


Resulta que si en una imaginaria reunión nos juntáramos Jesus de Nazaret, en adelante Jesucristo, Buda Gautama, en adelante Buda, Abu l-Qāsim Muhammad, en adelante simplemente Mahoma, y yo mismo, en adelante yo, podríamos fácilmente ponernos de acuerdo en que de entre todos nosotros el que más conocimientos tiene de telecomunicaciones, de matemáticas para ingeniería y de lengua española soy yo, y con amplia diferencia, porque de estas cosas ellos no tenían literalmente ni idea, por muy ungidos divinamente que estuviesen sus cerebros y por muy transcendentes que fueran sus mensajes. Esto así dicho parece una verdadera tontería -y probablemente lo sea- pero es también una tontería verdadera. 

Descubriríamos también que no hay nada que ellos hayan podido llegar a sentir que no haya sentido o sea capaz de sentir yo, porque a todos nos une nuestra naturaleza humana y porque nuestro origen, sea cual fuere, es común. Nos daríamos cuenta también de que cualquiera de nosotros moriría si le atropellara un tranvía y de que a ninguno le sentaría mal un trago de agua fresca cuando tuviera sez, y resolveríamos así mismo que si bien Jesucristo, Mahoma y Buda mostraron una elegancia divina a la hora de interpretar, ejecutar y transmitir sus ideas sobre el arte de vivir, todos ellos conocieron el desamparo de la existencia, las loas y las censuras, el amor y el desamor, las tormentas y la calma, las puñaladas de las dudas y el mordisco del miedo, y en todo esto -la esencial dualidad de la vida- tampoco se diferenciarían mucho de mí o de cualquiera de nosotros, pues yo en este artículo no soy más que el avatar literario de cualquiera. 

El quid está en qué actitud se adopta ante esas dificultadas, qué interpretación se hace de ellas, cómo se define el camino, y qué concepto se crea de lo que es el éxito y el fracaso: Jesucristo nos dejó el sermón del monte (las maravillosas bienaventuranzas), Mahoma la sura de la vaca y Buda las cuatro nobles verdades, pero ni ellos son más divinos que yo, ni yo más humano que ellos, y esto no es un ejercicio de presunción sino de unificación, que además los tres rubricarían, porque fueron precisamente ellos los que nos enseñaron que todos tenemos algo divino dentro que nos supera a nosotros mismos transcendiendo a un todo que nos iguala.

No hay humanidad sin humanos y tampoco hay humano sin humanidad. Esa es nuestra identidad, la cualidad de lo idéntico. Un hombre grande está capacitado para dar un servicio superior, pero no debe tener un estatus superior, en primer lugar porque él mismo lo rechazaría, y además porque en primera y última instancias todos somos la misma cosa. Todos por des-igual

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