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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

sábado, 7 de marzo de 2015

Cocina casera


Cuando quiero elaborar ideas nuevas sé cómo hacerlo. Tengo un método para ello que se parece mucho a cocinar: preparo los ingredientes, los meto en un caldero, pongo en marcha la cocina, espero, y luego cato y sirvo.

Normalmente lo hago de la siguiente manera: en primer lugar me documento sobre un tema cualquiera, el que se me ocurra al azar o uno que me apetezca por alguna razón en particular. Da igual que sea leyendo un artículo científico, un pasaje de una novela, viendo un vídeo, repasando las notas de mi libreta o intentando entender una poesía que sólo se puede sentir. El caso es adquirir algo nuevo. Luego me quedo un rato pensando reposadamente, no intentando procesar la información sino sólo dejando que mi mente y los conceptos que le acabo de presentar se reconozcan, permitiendo que eso que acabo de aprender se mueva libremente dentro de mí en un estado de consciencia pasiva. A continuación -y esta es la parte más importante- me echo una siesta. 

Lo que supongo que ocurre durante el sueño es que mi cabeza se convierte en una gran marmita en la que se guisan a fuego onírico los últimos conceptos que le acabo de añadir, los que más recientemente han estado en contacto con mi consciencia. La siesta abduce las ideas nuevas aprendidas, se las lleva al mundo de los sueños y allí las viste de imposible posibilidad, las mezcla con otras ideas que se habían quedado pegadas en la olla en ocasiones anteriores, las abofetea retóricamente, las acepta y las descarta, las mete en un volcán y las pasa por la nieve, y al cabo de una hora externa y media eternidad interna me las devuelve gratinadas al dente filosófico con un toque de olvido.

Cuando me despierto, percibo en forma de emoción si el potaje resultante es comestible, y si me gusta su olor me siento a escribir sin miedo al ridículo de la grandilocuencia ni de la simpleza. Después releo, corrijo, transcribo... et voilá

Hay otras formas de cocinar, pero a mí el estofado de siesta me encanta y además todo el mundo puede intentarlo en su casa. El papel en blanco no me intimida si puedo dormirme encima.

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