Voy a ser sincero conmigo mismo, y con vosotros, inmortales moralizados como yo: los momentos más felices de mi vida no tienen nada que ver con la materia, ni con la jerarquía, ni con el cuerpo, y ni mucho menos con el dinero. Cuando me paseo por mis recuerdos
buscando migas de felicidad me encuentro con escenas sorprendentes que más
parecen pertenecer al mundo de lo onírico que del verdadero pasado. Ni siquiera
encuentro orgasmos; de hecho, podría tener uno ahora mismo si lo decidiera,
pero de eso no vive la felicidad del hombre. El sexo es la más sobrevalorada y
traidora de todas nuestras apetencias, porque su tinta es transparente cuando
dice “placer” pero indeleble cuando escribe “traición”. El sexo es un espejo
convexo en el que las imágenes quedan deformadas, dando una sensación de cercanía
que no existe en realidad. Hasta los vampiros se reflejarían en él.
¿Sexo con
amor, me preguntas? Quizás sólo sea sexo con apetencia. Encontrarás respuesta cuando ya no ames
a esa persona: ¿qué tipo de amor era ese que no fue eterno? El Amor, el que
empieza por “A” mayúscula, se ofende cuando le hablan de duración, igual
que se ofendería el Papa si le preguntaran: “¡Santidad!, ¿va a visitar los
prostíbulos de la ciudad?" Tanto si dijera sí como si dijera no, habría titular. La duración es capciosa para el Amor de verdad. Será eso, que el amor es eterno mientras dura.
Lo que normalmente entendemos por amor es un impostor disfrazado de convencionalismo
social, una apetencia extrema transitoria o una necesidad de expresión interna a
través de alguien externo. En definitiva, un egoísmo arrojado a una cara ajena en forma de beso. “Pareja” –lo llamamos-, como queriendo meter el
viento en una jaula. “Te necesito” –decimos-, ¿acaso no es la más egoísta de
las frases de amor? Tu sola presencia debería bastarme, y tu ausencia me sería
grata si lo fuera para ti. Pero no estamos acostumbrados a este tipo de heroicidades
emocionales, precisamente porque nos hemos follado el amor. Lo que nos ha
quedado se puede hasta describir, así de pequeño es. El amor, otra flor
arrancada de nuestros días.
Lo que me encuentro cuando viajo por mis recuerdos buscando amor es a mi perra, el ser más incondicional que he conocido, el que menos
explicaciones me ha pedido y a quien más salvaje y desinhibidamente he besado. ¿Vergüenza?,
¿desubicación?, ¿ilógica?, ¿incorrección?, ¿falta de higiene?, ¿locura?... no, idilio. Mi perra me ha señalado el paraíso del que fui expulsado.
Cuando más feliz he sido ha sido cuando me he
espiritualizado. Cuando me he convertido en opinión y he abrazado otra opinión en
el plano de las ideas: eso ha sido felicidad intelectual. Cuando he sentido que
alguien sonreía o aligeraba su dolor por mi culpa: eso ha sido felicidad emocional. Cuando me ha
dado igual ganar que perder: eso ha sido ecuanimidad, la más exquisita de las poses del ánimo: un funambulista ciego que se pasea sobre un cable tendido entre dos galaxias.
Cuerpo, te quiero y te respeto, pero no te venero ni te creo; todo lo que me has dado, me lo has cobrado. Mi reino -en el que soy dignísimo sirviente- no es de esta piel. ¡Quiero amar sin sujeto ni objeto, quiero ser Amor! ¡Que me devuelvan mi carné de inmortal!
Cuerpo, te quiero y te respeto, pero no te venero ni te creo; todo lo que me has dado, me lo has cobrado. Mi reino -en el que soy dignísimo sirviente- no es de esta piel. ¡Quiero amar sin sujeto ni objeto, quiero ser Amor! ¡Que me devuelvan mi carné de inmortal!